En anteriores artículos hablábamos de la belleza y gran diversidad de las aves, y de cómo su aspecto externo nos da información sobre su modo de vida y adaptaciones. Sin embargo, la belleza y peculiaridad de las aves no solo está en el exterior: hoy queremos hablaros del esqueleto de las aves.
La primera característica que llama la atención es su ligereza respecto a los huesos de otros animales como nosotros los mamíferos. Esto se debe a lo conocido como neumatización, es decir en lugar de médula ósea, la cavidad de los huesos está llena de aire, comunicándose con el sistema respiratorio. Esto ayuda a disminuir el peso corporal, lo cual ayuda a alzar el vuelo.
Esta característica puede llegar a ser muy notable en algunas especies. Por ejemplo, el águila calva cuenta con aproximadamente 600 gramos de plumaje frente a 300 para el esqueleto completo. Además de otros elementos que le dan su peso total de entre 3 a 6,5 Kg (las hembras son más pesadas). Como vemos, la parte del peso que representa el esqueleto es muy pequeña.
Por tanto, los huesos de aves son más duros pero también más frágiles que los de otros animales, lo que facilita su fractura y astillado. En la naturaleza, a menudo, se dan los llamados trade-off o compensaciones: lo que, por un lado, resulta beneficioso, por otro puede conllevar desventajas, pero la selección actúa modulando lo que a largo plazo resulta más eficiente y aumenta el éxito de supervivencia y reproductivo.
Si empezamos fijándonos en la cabeza, en las aves el esqueleto cefálico cuenta con un cráneo abovedado y suele poseer órbitas de gran tamaño donde irán los ojos. En aves con gran capacidad voladora, aparecen multitud de senos para aligerar el peso. Sin embargo, en otras que necesitan mayor protección de la zona del rostro esto no se da tanto. Es el caso de aves buceadoras o que picotean superficies duras como el pájaro carpintero.
Por otro lado, el cráneo consta de la modificación de los huesos para la formación del pico, cuya valva superior está formada por huesos premaxilar, maxilar y nasal y la inferior por cinco huesecillos que se fusionan. La posibilidad de movimiento que tiene la mandíbula inferior hacia arriba y hacia abajo hace que el cráneo sea cinético. Según la especie, la musculatura será más o menos potente y también lo será la velocidad de mordida.
Además, las aves no cuentan con dientes, lo cual también les concede ligereza. Como ya comentamos en anteriores publicaciones, lo que poseen las aves son modificaciones del pico que pueden confundirse con dientes.
Respecto al tronco, su columna vertebral (raquis) en ocasiones presenta forma de S en su parte cervical para proteger elásticamente el cerebro de los movimientos de sacudida que se pueden producir tras los saltos o el vuelo.
Además, encontramos fusiones entre los huesos de la columna vertebral y las extremidades, lo cual aporta rigidez. En concreto, la fusión de las vértebras de la cola ayuda a la direccionalidad en el vuelo. Este está muy desarrollado en aves que poseen plumas grandes y decorativas en la cola, que a menudo tienen función en la selección sexual.
La quilla, que es una extensión del esternón fusionada, facilita la inserción de potente musculatura del pecho para el vuelo. Las aves no voladoras o bien no tienen la quilla, o la tienen menos desarrollada, siendo la superficie del esternón plana.
Por otro lado, los huesos largos tienen el interior ocupado por sacos aéreos para, de nuevo, aportar ligereza Pese a que esto se da en todas las aves, ocurre especialmente en las que necesitan volar. Lo encontramos, por ejemplo, en el húmero, el esternón y el coracoides (parte saliente del omoplato que permite la articulación).
En definitiva, hay toda una serie de adaptaciones internas que permiten el movimiento de vuelo que poseen la mayoría de aves y que asociamos con esa sensación de libertad y magia cuando las observamos.