La palabra egagrópila (según el Wiccionario, “del latín científico aegagropila, acuñado a partir del griego antiguo αἴγαγρος (aígagros), «cabra montesa», y pila, «pelota», quizás de pilus, «pelo»”) es, a menudo, desconocida, y más aún su significado. Si además nos ponemos a explicarla, las reacciones pueden ser de todo tipo.
Imaginemos una bola de vómito compuesta de pelo y huesecillos, o materia vegetal, o con fragmentos de insectos u otras cosas más desagradables, más o menos compacta en una forma que a veces recuerda a las heces.
Bien, vale, no suena muy agradable. Pero ¿qué son y para qué podemos utilizar las egagrópilas?
Las egagrópilas son las regurgitaciones de algunas aves que contienen todos aquellos restos derivados de la alimentación cuya digestión no ha sido posible. Es decir, si las aves consumen presas o frutos y plantas, absorberán y digerirán todo lo posible, pero habrá una parte (espinas, huesos -de animales o vegetales-, plásticos, pelos, plumas, uñas, dientes u otros) que quedará apelmazada y, en vez de ser expulsada por la cloaca como las heces, será “vomitada”.
Normalmente, las egagrópilas no son olorosas, y suelen aparecen en espacios más recogidos, bajo dormideros o zonas de cría.
Para las aves, es una forma de deshacerse de todo aquello que no es provechoso y poder ahorrar energía que invertir en otro aspecto de su supervivencia. Y, para nosotros, ¿qué utilidad pueden tener?
El análisis de las egagrópilas nos permite conocer específicamente la dieta de algunas especies que, de no ser por estos rastros, no sería tan sencilla de conocer en la vida silvestre. Por lo tanto, nos aporta información de la biología y la ecología de las aves.
Además, nos informa del estado de los ecosistemas de manera indirecta, nos cuenta qué especies están presentes y cuáles no (incluso la proporción y población relativa), si hay residuos plásticos o de origen antrópico y otras cosas interesantes.
¿Cómo se consigue esto?
Por un lado, deshaciendo estas egagrópilas y separando sus elementos, y, por otro, identificando todo aquello que podamos: cráneos de pequeños mamíferos, piezas del exoesqueleto de insectos, plumas de otras pequeñas aves, pelos…
Por ejemplo, en este caso tenemos una egagrópila de lechuza común, y en su interior encontramos, además de pelo, restos de mandíbulas de ratón (derecha) y musaraña (izquierda). Además, sumando el número de hemimandíbulas (mandíbula de cada lado), podemos sacar el número de presas de cada tipo que ingirió.
No todas las egagrópilas contienen huesos de micromamíferos. Por ejemplo, en la de algunas garzas como el martinete común, encontramos restos de cangrejos, como el cangrejo americano. Esto también puede ser interesante para conocer el papel de las aves como reguladoras de las poblaciones de especies invasoras.
En definitiva, las egagrópilas, pese a su apariencia algo desagradable, son una herramienta usada por científicos para aumentar el conocimiento de las especies y los ecosistemas en los que estas viven, y además ayudan a las aves que las generan a ahorrar energía y, por ello, a su supervivencia.