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¡Adiós cemento, hola ciudades verdes!

25 de septiembre de 2024

El cemento, término que proviene del vocablo latino caementum traducido como “piedra para edificar”, se ha convertido en uno de los elementos más característicos y representativos de las ciudades contemporáneas. Bien nos remontemos al opus caementicium romano o al cemento Portland en el siglo XIX, desde muy antiguo la refinación de las argamasas empleadas en la construcción facilitaron la labor de la ingeniería y la arquitectura civil, allanando el camino para el desarrollo de un urbanismo al servicio de los intereses y necesidades de millones de personas en todo el mundo.

A pesar de ello, los beneficios del cemento y sus derivados quedan en entredicho al momento de mencionar la situación de emergencia climática que atravesamos en la actualidad, donde la omnipresencia de este material en los entornos urbanos contribuye al aumento de las temperaturas medias, dando lugar a las conocidas como “islas de calor”.

 

A pesar de las connotaciones tropicales de este concepto, nada tiene que ver con la estampa bucólica y veraniega que nos podríamos imaginar. El efecto isla de calor hace referencia al aumento focalizado de las temperaturas, generalmente en las áreas urbanas, donde se producen grandes variaciones térmicas respecto a las zonas rurales de la periferia. Para entender el papel del cemento en este proceso, debemos centrarnos en sus propiedades, concretamente en su “albedo”.

El albedo se corresponde con la capacidad de una superficie para reflejar, en mayor o menor medida, la radiación solar. El cemento, al igual que el hormigón o el asfalto, posee un albedo relativamente bajo, lo que se traduce en una menor capacidad para reflejar la radiación solar, y por consiguiente en una mayor facilidad para absorber y retener el calor. De este modo, el calor acumulado por el material durante el día es liberado en el ambiente durante la noche, dificultando así el enfriamiento de las zonas urbanas.

Los problemas asociados a este fenómeno llevaron a los vecinos de la ciudad estadounidense de Portland a tomar cartas en el asunto. Desde el año 2008, el movimiento ciudadano “Depave” se dedica a transformar aquellas ubicaciones de la ciudad con exceso de pavimento en espacios verdes comunitarios. Gracias a la labor de esta iniciativa ciudadana, la temperatura de la superficie urbana se ha reducido en un grado Fahrenheit de media, además de mejorar la tasa de infiltración del agua de lluvia y promover una mayor biodiversidad en los vecindarios.

 

Los buenos resultados del movimiento en Portland, tal y como vemos en la imagen, están animando a otras ciudades del mundo a replicar el modelo “Depave”, apostando por un urbanismo en el que los espacios verdes adquieren un marcado protagonismo. Este es el caso de Ontario, en Canadá, donde la organización de educación ambiental “Green Venture” reemplaza el suelo hormigonado por espacios verdes accesibles. Dentro de nuestras fronteras destaca el reciente caso de Palma, donde se ha propuesto un plan de renaturalización de la ciudad que prevé la eliminación del pavimento en los espacios públicos junto con la creación de corredores verdes. Aumentando la superficie arbolada y libre de pavimentos en nuestras ciudades, no sólo conseguiremos reducir el efecto isla de calor, sino también mitigar los efectos adversos derivados del cambio climático en los entornos urbanos. Todo ello en beneficio de la salubridad, habitabilidad y calidad de vida de la ciudadanía.

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