La olivarda es una planta autóctona de la región mediterránea perteneciente a la familia de las asteráceas, como por ejemplo el girasol, la alcachofa, las margaritas y tantas otras, cada una muy diferente de las demás en apariencia. Es común verla crecer de forma silvestre en toda clase de terrenos baldíos, desde cunetas hasta colinas pedregosas. Se la puede identificar por el color naranja amarillento de sus flores, aspecto que la hace destacar frente a otras especies. Su floración tiene lugar tanto en verano como en otoño y al desarrollarse es capaz de alcanzar hasta 1,5 m de altura.
La olivarda se encuentra actualmente experimentando un proceso de proliferación y expansión en los entornos de las ciudades y pueblos. Esta especie siente predilección por los ambientes cálidos de las burbujas de calor urbanas, aspecto que, sumado al progresivo aumento de las temperaturas en el actual estado de emergencia climática, explica su expansión. No hay que olvidar que su avance condiciona el desarrollo de otras plantas, hierbas, flores… Especies ya asentadas con múltiples beneficios para el ser humano y especies como los insectos a las que hace un tiempo dedicamos un artículo en nuestro blog. Por lo tanto, y por desgracia, la olivarda se ha convertido en una especie indicadora del agravamiento del cambio climático.
Sin embargo, a pesar de ser considerada habitualmente como una mala hierba, la olivarda cumple múltiples funciones beneficiosas para nuestros agroecosistemas entre las que se encuentra el control de plagas. De sus agallas se aprovechan diferentes especies de avispas parasitoides que contribuyen a regular la población de insectos perjudiciales para nuestros cultivos, caso de la mosca del olivo. También es muy apreciada por sus propiedades medicinales astringentes.
Como siempre decimos en Itinerantur, ¡no hay hierba mala!