Hay muchos porqués para dejar de comer carne o, al menos,reducir sustancialmente su presencia en nuestra exagerada dieta occidental. Pero el más básico es, sin duda, el amor incondicional hacia los seres que han corrido por la superficie de nuestro limitado planeta desde mucho antes que nosotros. Para quien aún no lo sepa, en Itinerantur hace ya más de 2 años que
no comemos animales. Sin distinción de especies, es decir en contra del especismo. Para que se
entienda: no me comería a mi perro (cosa que sí harían en ciertas partes del
mundo) como tampoco me comería una rana, una iguana, una vaca o una ballena,
animales tan dignos de admiración, amor y respeto como nuestros adorables e
inseparables amigos peludos.

Dibujo de Pawel Kuczynski sobre el especismo. Fuente: http://www.revistatheparadox.co/pawel-kuczynski/
El ser humano moderno ya no tiene la necesidad (ni biológica
ni hedonista) de atiborrar su dieta con kilos y kilos al año de carne y grasa
animal. La ciencia de la dietética hace tiempo que lo demostró: del mundo
vegetal podemos obtener todos los nutrientes (e incluso más) necesarios para
vivir, crecer, reproducirnos y desarrollar todo nuestro potencial como especie.
Hay legumbres muy
habituales en nuestra dieta, por ejemplo las habas o las judías negras, que
aportan tantas o más proteínas que la ternera o el pollo. Y si las comemos
junto con cereales como el arroz, conseguimos proteínas de una calidad
biológica tan alta como las de la carne.
Por ello ya no es estrictamente necesario para nuestra
supervivencia criar animales para luego comerlos. Al menos de la manera en que
se hace hoy día en nuestro mundo europeizado. ¿Qué manera es ésta? Ya lo
sabéis. Todos lo sabemos aunque no queramos pensar en ello: estabulando a los
animales durante sus cortas vidas en reducidísimos espacios, obligándolos a reproducirse,
a engordar, a medicarse debido a las insalubres condiciones en que cohabitan, manteniéndolos
conectados a unos tubos desde que nacen, aprovechando de ellos todo lo posible
mientras viven y matándolos cuando ya no sirven, bien para comerlos, bien para
dejar espacio a los que vendrán después.

Explotación porcina intensiva. Fuente: agroinformacion.com
Esto es así aquí y en Pekín. En general, la ganadería intensiva
es una auténtica mega industria mundial con los mismos intereses que cualquier
otra multinacional de las consideradas sin escrúpulos: generar beneficios sin
importar el daño ambiental que se esté haciendo. ¿Daño ambiental? Sí,
muchísimo, y esa fue otra de las principales razones para dejar de consumir
cualquier tipo de carne. ¿Cómo podíamos preocuparnos tanto de reducir el
consumo energético en el hogar obviando sin embargo el inmenso gasto de energía
que supone producir y poner a la venta un simple filete de ternera? De hecho,
la ganadería es con diferencia la mayor responsable de los gases de efecto
invernadero emitidos a la atmósfera.
¿Me estás tomando el pelo? Pues no. Y no lo dice ningún
ecologista radical y trasnochado, sino un estudio amplio, muy serio y
documentado de una institución tan respetada y nada radical como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación) publicado en 2006 bajo el título “La larga sombra del ganado. Problemas
ambientales y opciones.” De aquí os lo podéis
descargar por partes y aquí
podéis leer la noticia-resumen oficial. En resumen, y según palabras textuales
de Christopher Matthews, de la Oficina de Prensa de la FAO, “el sector ganadero genera más gases de
efecto invernadero –el 18 por ciento [del total], medidos en su equivalente en dióxido de carbono (CO2)- que
el sector del transporte [que genera el 13%]. También es una de las principales causas de la degradación del suelo
y de los recursos hídricos.”
¡Ojo! No nos quitemos responsabilidades: somos los seres
humanos, sobre todo los habitantes de los autodenominados países ricos, los que
compramos y consumimos los productos derivados de los animales y, con ello,
alimentamos el insostenible negocio de la producción cárnica. Y esto hay que
tenerlo muy claro: nuestras decisiones individuales pueden DE VERDAD cambiar la
situación global. Consumiendo menos (o nada de) carne y pescado, comprando
producto local, evitando al máximo lo envasado, perdiendo un poquito más de
tiempo mirando las etiquetas en la tienda para comprobar cómo y dónde se
produce lo que nos metemos a la boca… Podemos reducir inmensamente el daño
ambiental derivado de nuestros hábitos de consumo.
Notas:
1.- Sí, el atún en escabeche y la mortadela con aceitunas también
son carne.
2.- Según los últimos análisis, en Itinerantur tenemos una
salud de hierro.
3.- Para quienes les guste más mirar y escuchar que leer:
– Earthlings (“Terrícolas”), de 2005. Fabuloso
e impactante documental sobre el maltrato animal en todos los sentidos narrado
por el actor Joaquin Phoenix. Le llaman el “hacedor de veganos”.
– Cowspiracy (“Vaconspiración” en
traducción propia), de 2014. Habla sin tapujos del daño ambiental irreparable
que está produciendo la industria cárnica mundial y del silencio de la sociedad
occidental a ese respecto.