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La huerta, un paisaje lleno vida

Cuando hablamos de desiertos, nos imaginamos grandes extensiones de arena, de roca, o incluso pensamos en los grandes desiertos de hielo, pero… ¿Habíais oído alguna vez hablar sobre los desiertos verdes?

Los desiertos verdes son extensas áreas de superficie terrestre dedicadas al cultivo.¿Por qué le llamamos entonces desierto, si está lleno de plantas? El problema es que se trata de grandes extensiones de monocultivo donde no hay espacio para la biodiversidad, es decir, la convivencia de distintas especies de animales y plantas. En contraposición, se encuentran las pequeñas áreas de policultivo, con plantaciones variadas, árboles e incluso márgenes vegetales que delimitan y diferencian unas parcelas de otras. Pero no penséis que se trata de algo innovador; las antiguas huertas valencianas ya respondían a este modelo.

Las principales huertas históricas están repartidas a lo largo de todo el territorio valenciano, como la huerta de la Plana, València, Xàtiva, Gandia y Orihuela, emplazadas en llanuras litorales que en ocasiones van desde desde la misma línea de costa hasta más o menos los 200 msnm.

 

La evolución de las huertas

Desde sus inicios, que se remontan a  la época romana, en la huerta ya se combinaban diferentes plantas dispuestas entre árboles y arbustos. Durante el dominio de la cultura árabe, el número de especies botánicas cultivadas se incrementó, y continuó en aumento hasta que a finales del s XIX ¡había más de 200 especies diferentes!

El cambio, rápido y drástico, se produjo a partir del s XX, pasando en poco tiempo a un sistema de producción basado en el uso de fertilizantes y productos químicos. De aquella agricultura de policultivo, orientada al autoconsumo y al mercado local, se pasó a una agricultura intensiva  destinada al comercio a gran escala.

Hoy, ya entrados en el s XXI, las huertas mueren y desaparecen ante nuestra mirada. Algunas han sido enterradas bajo el cemento consecuencia del desarrollo y expansión urbanística de las últimas décadas; otras, han sido sustituidas por plantaciones intensivas de monocultivo. Muchas de las plantas que se cultivaban antaño, hoy en día sólo se encuentran de manera residual, como por ejemplo la judía careta. Sin embargo, otras especies como el apio caballar o el cairut (trigo sarraceno), el comino (usado como condimento) incluso árboles como las moreras, (cuya relación con los gusanos de seda fue fundamental para la industria textil) no han tenido tanta suerte, habiendo desaparecido definitivamente de nuestro paisaje agrario.

 

 

Pero… ¿por qué debería importarnos?

Por una parte, porque las huertas cumplen con una función básica: la de abastecer a la población. Por otra, porque son un elemento histórico y patrimonial fundamental en nuestra cultura. Pero además, hay otro aspecto que a menudo olvidamos: la gran biodiversidad que albergan, es decir,  los numerosos seres vivos para los que éste es su legítimo hogar.

Existen plantas arvenses (propias de las áreas de cultivo y alrededores) cuya presencia, junto a las especies propiamente cultivadas, dan lugar a una diversidad vegetal necesaria para que los animales polinizadores desarrollen su vida; se refugien, se reproduzcan, críen e incluso disfruten unas “vacaciones para conocer mundo”, viajando a través de los márgenes de los cultivos, que actúan como carreteras conectando unos campos con otros. Si los polinizadores se encuentran a gusto, habrá una mayor producción de semillas y frutos. Además, llegarán aves que también establecerán aquí su hogar, dando como resultado un ecosistema completo y equilibrado, más resistente a enfermedades y plagas.

La superficie terrestre dedicada al cultivo supone aproximadamente ⅓ del total de las tierras emergidas, pero el cemento y el desierto verde avanzan con pasos de gigante, dejando nuestros tradicionales paisajes de huerta como museos relictos de lo que fueron un día.

Nuestra riqueza, nuestra cultura y nuestro patrimonio, están ligados al territorio y la naturaleza que éste alberga en su interior. Debemos valorar este paisaje en peligro de extinción; protegerlo y conservarlo, pues en él pervive el sabor perdido del cairut, el olor del comino, el tacto de la seda y los sonidos de las aves al sobrevolar los campos coloridos en primavera.

En la supervivencia de la huerta se mantiene la memoria de nuestros antepasados. En algún rincón de este paisaje tan natural como humano, se encuentra parte de nuestra identidad. Y por qué no, de  nuestro futuro.

 

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