Parece que la sobreinformación, la sobrexcitación social, la sobrestimulación en red,
las innumerables y coloridas experiencias que creemos vivir desde nuestra habitación
a través de una pantalla… nos llevan a menudo a calificarlo casi todo con
adjetivos como “alucinante”, “impresionante”, “asombroso”, “inolvidable”, o al
menos con un pulgar en alto, aunque es muy probable que, además de no haber
vivido esas experiencias en nuestra propia carne, ni siquiera lleguen, en
realidad, al nivel de “aceptables”. Sin embargo, cuando estamos frente a una
experiencia que se sale de lo común en nuestras vidas, cuando estamos
saboreando algo “asombroso”, “inolvidable”, “alucinante”… En ese momento somos
bien conscientes de 1) lo equivocados que estábamos al preferir darle al
megusta desde casa, y 2) que estamos viviendo algo realmente único, algo que
además no muchos pueden disfrutar. Y eso es lo que nos pasó a algunos
afortunados hace tan solo unas semanas…
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EL
TRATO
Todo empezó cuando nuestros amigos de Viunatura
decidieron certificar alguno de sus productos de turismo activo con la Marca
Parcs Naturals de la Comunitat Valenciana. Y da la feliz coincidencia de
que es en la Sierra de Espadán, uno de los Parques Naturales donde nosotros,
con Itinerantur, llevamos a cabo más rutas interpretativas, el lugar en el que
Nando Falomir –cooperativista de Viunatura- descubrió su verdadera pasión: la
espeleología. Él llevaba tiempo intentando convencernos para que le
acompañáramos a descubrir la cueva acuática donde todo empezó: la Cueva del
Toro, en Alcudia de Veo, con más de 800 metros de recorrido entre innumerables
y fascinantes formas de piedra, andando, saltando, nadando y buceando por el
agua más pura que uno pueda imaginar y bajo la oscuridad más profunda. Y lo
consiguió, pero con una condición: él debía acompañarnos a nosotros en una de
las rutas de senderismo que cualquier amante de la naturaleza mediterránea más
pura no puede perderse: los alcornocales de la ruta Aín–la Mosquera–Aín,
pasando por los barrancos de l’Horta, del Juncaret, de Almanzor, el collado
Ibola, el castillo de Benialí, etc.
El trato estaba cerrado y, además, lo cumpliríamos por completo en un mismo día:
por la mañana, 14 kilómetros de ascensos y descensos, a veces vertiginosos, por
la espesura boscosa de dos de las poblaciones que fueron epicentro de las
Revueltas Moriscas del siglo XVI. Por la tarde, 800 metros de emocionante
recorrido acuático y rocoso por las verdaderas entrañas de la montaña
espadánica.
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LA
SELVA MEDITERRÁNEA. PUREZA.
Los alcornocales entre Aín, Almedíjar y Azuébar constituyen lo que unos pocos
divulgadores de la naturaleza llamamos Auténtica Selva Mediterránea,
uno de los ecosistemas más biodiversos en una región ecológica que, ya de por
sí, es un punto caliente de diversidad biológica y paisajística a nivel
mundial. Por si fuera poco, mágicos restos arquitectónicos de diversas culturas
que han habitado estas tierras se dejan ver, incluso aún en uso, a lo largo del
sendero: molinos hidráulicos, acequias y acueductos, balsas de pastor y casetas
de agricultor, fuentes ancestrales, un castillo musulmán…
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Aunque
suene a tópico, allí hay parajes que, de verdad, cuesta muchísimo describir con
palabras, lugares en los que la tenebrosidad de los alcornoques más viejos
abalanzándose sobre ti se mezcla con la aspereza más primitiva de la roca silícea
aún apenas manchada por la policromía de los líquenes y musgos que, como
devorándola, la acabarán poniendo al alcance de las raíces de las plantas
pioneras. Los prados cubiertos de helechos se alternan con los frondosos
barrancos donde abunda la vegetación más exigente, aquella que llegó aquí en
otros tiempos más fríos y que, cuando el Mediterráneo se hizo clima, acabó refugiada en los lugares más húmedos,
como esperando el momento de regresar donde nacieron: serbales, fresnos,
sauces, arces, espinos albares… no saben que están atrapados aquí para siempre.
Antes de llegar de vuelta a Aín, no dudamos en darnos un baño en una balsa de la
cual no daré más señas que la siguiente: agua de manantial, de esa que puedes
beber mientras nadas.
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LA
CUEVA DEL TORO. MISTICISMO.
Después
de una suculenta comida en el bien conocido y estimado restaurante Paquita,
nos dirigimos hacia Alcudia de Veo. De la estrecha carretera, muy frecuentada
por ciclistas, parte una senda hacia el valle que nos lleva directos al cauce
del río Veo y, más concretamente, a una de sus fuentes. La cueva del Toro no
parece, a simple vista, gran cosa: apenas una grieta torcida en un saliente
calcáreo de donde mana un manantial de agua pura y por donde escasamente cabe
una persona. Nos ponemos los neoprenos, Nando nos da varios consejos y
explicaciones, entramos palpando las paredes y, siempre guiados por nuestro
especialista amigo, descubrimos salas y recovecos moldeados por miles de años
de incansable disolución de la roca, atravesamos grietas de piedra por las que
jamás habríamos pensado que cabrían nuestros cuerpos, buceamos sifones,
escalamos resbaladizas paredes chapoteando entre cascadas y descubrimos formas
espeleológicas –espeleotemas–
que solo habíamos visto en documentales: estalactitas, estalagmitas,
banderolas, cornisas, columnas, gours,
macarrones, discos… hicieron nuestras delicias como también hacen las de algunos
espeleólogos que vienen de muy lejos a vivir una experiencia solo parecida a la
nuestra.
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Sin
embargo, si nos salimos de lo puramente físico la perspectiva cambia: al
comienzo de esta inigualable experiencia, además de abrirse ante nosotros un
amplio e inundado pasaje pétreo que sirve de amortiguación mental y física
entre el exterior y el interior de la montaña, quien haya leído la magistral serie
de novelas prehistóricas de El Clan del Oso
Cavernario no podrá más que acordarse de aquellas bocas de piedra que se
perdían en el interior del mundo conocido, donde entraba el primitivo artista-chamán
creyendo que lo hacía a través del mismísimo canal de parto de la Diosa Madre
Tierra. Entraba para conectar con Su espíritu y porque allá dentro, con algo de
entrenamiento y, quizá, alguna que otra hierba especial, se podía alcanzar un
estado alterado de conciencia muy útil para quien quiera viajar por la mente y
ver el mundo con una renovada claridad.
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CLARIDAD.
Al
salir de la cueva después de dos horas y media, Lluc, nuestro amigo peludo, nos
estaba esperando impaciente. Claridad. Hicimos la foto finish con una sonrisa tonta en la boca y comenzamos a
ascender la pendiente de vuelta hacia la furgoneta. Claridad. Estábamos
embriagados pero éramos bien conscientes de que lo vivido a lo largo de aquel
día había sido una de las experiencias de conexión con el entorno más completas
y satisfactorias que nadie podrá vivir: habíamos recorrido casi palmo a palmo
la piel y las entrañas de un enorme ser vivo llamado Espadán.
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