La granada, ese fruto de colores vibrantes y apariencia exótica, es uno de los grandes tesoros que nos ofrece el otoño. Proveniente del árbol Punica granatum, esta fruta es conocida tanto por su sabor dulce y ácido como por sus múltiples beneficios. De piel dura y gruesa, lo que realmente sorprende es su interior: una explosión de pequeñas semillas rojas llenas de jugo. Se las conoce como arilos, y contienen compuestos naturales que actúan como verdaderos «escudos» para nuestro cuerpo. Estos compuestos, conocidos como polifenoles, ayudan a «limpiar» las moléculas dañinas que rondan por nuestro organismo, un poco como cuando barremos las hojas secas en otoño. Por otro lado, las moléculas dañinas, llamadas radicales libres, son las responsables de acelerar el envejecimiento y causarnos más de un problema de salud. Así, justo cuando el frío empieza a instalarse, la granada llega en el mejor momento para reforzar nuestras defensas y llenarnos de energía.
La historia de la granada es tan fascinante como su sabor. Originaria de la antigua Persia, esta fruta ha viajado por todo el mundo a lo largo de los siglos. Los egipcios la consideraban un símbolo de vida eterna, mientras que los griegos y romanos la veían como un emblema de fertilidad y prosperidad. De hecho, su nombre proviene del latín «granatum», que significa «con muchas semillas». Además, su versatilidad en la cocina es asombrosa. ¿Sabías que los arilos de granada no solo se comen frescos, sino que también se utilizan en ensaladas, postres o incluso bebidas? En la cocina mediterránea, es común ver recetas que aprovechan su frescura para añadir un toque único y refrescante a los platos. Con el otoño en pleno apogeo, es el momento ideal para disfrutar de esta fruta en su mejor temporada, aprovechando todas las propiedades que nos brinda y dándole un toque especial a nuestros platos.