El mundo que habitamos constituye en sí mismo el más grande y variado de los ecosistemas. En él, especies de toda clase conviven y se desarrollan conforme a las características y posibilidades que les ofrece su entorno, cumpliendo cada una de ellas con una función que, aunque a veces oculta, contribuye a mantener el complejo entramado de relaciones que da origen a las comunidades biológicas. En dicho escenario, el ser humano se ha erigido como la única especie capaz de, no solamente estudiar y analizar los principios que rigen la naturaleza, sino de alterarlos y utilizarlos en su propio beneficio.
Desde antaño, esta peculiaridad nos ha empujado a embarcarnos en una interminable búsqueda por el progreso y la mejora constantes la cual, si bien es cierto que nos ha proporcionado el acceso a infinidad de avances, también ha suscitado conflictos y quebraderos de cabeza a partes iguales. Este es el caso de la elevada conectividad y movilidad que caracteriza la sociedad de nuestro tiempo. La velocidad a la que discurren nuestras vidas depende de las agujas de un reloj. Hoy, el factor tiempo representa el más preciado de los bienes independientemente del ámbito del cual se hable. Su influencia queda reflejada en todas y cada una de las facetas de nuestro día a día, constituyendo la base sobre la que asienta y transcurre la realidad de la ciudadanía.
La capitalización del tiempo por parte del ser humano, partiendo de una imperiosa necesidad por rentabilizar al máximo sus acciones, lo han llevado a convertirse en un importante factor de riesgo no solamente para el bienestar y el desarrollo de las especies que lo rodean, sino también para él mismo. Ante un presente en el que nuestra calidad de vida se ve cada vez más comprometida por las bruscas variaciones del clima, el acentuado individualismo tan propio de nuestra época o el menguante arraigo por el territorio, parece razonable preguntarse, ¿seremos realmente capaces de motivar el cambio que necesitamos?
En Itinerantur creemos que sí. Ya lo dijo Gandhi en su día, “sé el cambio que quieres ver en el mundo”, y para ello nos esforzamos. Mediante nuestra labor, por ejemplo, a la hora de programar y realizar una ruta en un paraje natural, no únicamente dejamos patente nuestra vocación por evolucionar hacia una práctica turística mucho más sostenible, sino también nuestro firme compromiso con la transmisión de conocimientos capaces de promover dicho cambio. Volver a conectar con el entorno, lo natural, resulta indispensable si de verdad queremos dejar atrás la superficialidad y ficción del mundo actual.
Fijémonos más en la naturaleza; de ella extrajimos en tiempos primigenios las herramientas y conocimientos necesarios que nos permitieron alcanzar cotas de desarrollo que hasta el momento creíamos inaccesibles. Ahora, con la experiencia que otorga el tiempo vivido, de nosotras y nosotros depende atender a sus necesidades en busca del cambio de tendencia que precisamos.
Tal vez deberíamos aprender a vivir sin tantas prisas, amoldándonos a los ritmos del resto de organismos junto a los que convivimos. Respetando al máximo sus ciclos vitales y procurando que nuestro desarrollo no lleve a un punto de no retorno para muchas especies que no puedan adaptarse a nuestros ritmos desenfrenados. Así, no solo garantizaremos la estabilidad de los ecosistemas -manteniendo el funcionamiento y la salud de nuestro único hogar en el Universo infinito-, sino que, además, contribuiremos a generar un beneficio social exportable a todas las partes del planeta que favorezca la redistribución de riqueza y, por tanto, la mejora de la calidad de vida a nivel global.