A lo largo de nuestra vida, nos encontramos con personas que, de una forma u otra, nos han guiado. Nos dejamos guiar, confiando, escuchando, sintiendo… La persona que nos hace de guía, por su parte, puede no ser consciente, ni siquiera, de estar haciéndolo. O sí, pero nunca sabrá con total certeza cómo nos hizo sentir con su interpretación.
La profesión del guía se transmite exteriorizando lo anterior y llevándolo hacia los turistas, pero con el añadido de la existencia de un trato entre las dos partes, lo que lo hace incluso más interesante.
Es una actividad cambiante, variable, en la que cada día y cada servicio es diferente. El guía está transmitiendo y el grupo está sumergido en la oratoria de éste, pero pueden ocurrir cambios sin previo aviso: niños inquietos en el grupo, personas que se apuntan a última hora, sedentarios en su vida cotidiana que deben enfrentarse a una ruta con cierta dificultad…
¡Que no cunda el pánico!
Una de las cosas que el guía tiene que aprender es la importancia de ser resolutiv@, saber reaccionar, agrupar las posibilidades u opciones que hay ante cualquier imprevisto y seleccionar los mejores recursos para solventarlo con éxito.
El único y principal objetivo siempre es el mismo: que el grupo disfrute, se enganche, desconecte y se sienta dispuesto a adentrarse en la magia de comprender mejor el mundo que nos rodea y su historia pasada e, incluso, la historia que aún está por llegar.
Objetivos del guía: ¿transmitir y no aburrir? Sí, pero, sobre todo, compartir.
En tiempos de las pirámides, el historiador griego Herodoto anotó en sus cuadernos que junto a las de Keops, Kefrén y Micerino, ya en el siglo V a.C., había personas que se paseaban esperando la llegada de los visitantes curiosos que se acercaban. Aquellas personas ofrecían grandes conocimientos de los misterios y curiosidades del lugar.
Más tarde, en la Grecia clásica, se llegó a distinguir dos tipos de guías: los periegetai -llamados también guías del entorno o alrededores- y los exegetai –los guías explicadores-. Se sabe que muchos de ellos poseían profundos conocimientos y una rica cultura, y que otros eran creadores de mitos y leyendas. Ambos cumplían una función, proporcionaban un servicio. Además, ¿a quién no le gustan las fábulas?
Si lo sentimos, transmitimos. Si no lo sentimos, aburrimos.
Al fin y al cabo, encontramos el gran sostén entre turismo y saber científico en la conexión de quien habla con quien escucha, entre el intermediario del saber y el visitante que interpreta. Esta conexión no viene dada por casualidad sino que es el resultado de la correcta línea didáctica utilizada por el guía para la divulgación del patrimonio y su puesta en valor.
Al final, todo cobra sentido. El valor del guía reside en los caminos de la interpretación, elegidos para llegar a la satisfacción de enriquecer y ser enriquecido.