Hace unos días íbamos caminando con nuestro perro, Lluc, por la playa de Benicàssim, una playa urbana como muchas otras. Para variar (empieza a ser una preocupante deformación profesional) estábamos recogiendo litros y litros de plásticos y otras miserias que gente muy amable nos regala a su paso por este mundo.
En esto pensábamos, espalda encorvada, cuando, en ese momento, vemos escrito en la arena algo así como “Respeta la Madre Tierra” en unas letras enormes que nos hacen levantar la cabeza del suelo y, para nuestro asombro, descubrimos un monumento espontáneo que no estaba ahí el día anterior: una acumulación de piedras de escollera, cantos rodados y ladrillos arrastrados por la corriente apilados en forma de gran hito senderista. Lleva adosados adornos como conchas de diferentes especies, piedras de colores, además de varios mensajes con claro contenido filosófico oriental. De entre todos, metido en una grieta, descubrimos un mensaje escrito con caligrafía infantil en papel de cuadritos típico de bloc de colegio. Dibujadas en él hay una niña y su tía, además de lo que parece una liebre asomando sus puntiagudas orejas por encima de la hierba:
“Yo soy Rebecca y ella es mi tía Adela, hemos visto el mensaje y nosotras también creemos lo mismo de la “Rebolución” (…) yo tengo 10 años (…) Y también intentamos que la gente se despierte.”
Sensibilización. Ideas. Lucha desde abajo. Empoderamiento. Decisiones conscientes. Cambio.
Con nuestra bolsa llena a rebosar de plásticos, sí, pero esta vez nos marchamos a casa muy contentos.
Hay esperanza.
Hito anónimo donde encontramos el mensaje de Rebecca. Nuestra bolsa de recogida de plásticos al lado. Playa de Benicàssim, otoño de 2013.
Carta de Rebecca y su tía. Playa de Benicàssim, otoño de 2013.