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James E. Lovelock y la hipótesis de Gaia

El pasado 26 de julio de 2022, a la edad de 103 años, moría en el sur de Inglaterra el doctor, químico, ambientalista, inventor, científico James E. Lovelock, una de las figuras más impactantes, importantes y rompedoras en el mundo de las ciencias planetarias de los siglo XX y XXI. Sirva este pequeño artículo como homenaje a su figura pero, sobre todo, para dar a conocer a todos los seguidores de Itinerantur y atentos lectores de este blog su hipótesis más famosa y polémica, y una de las que ha hecho cambiar nuestra visión del planeta Tierra en su conjunto: la Hipótesis de Gaia.

Ya en los años 1960, a raíz de múltiples estudios científicos y evidencias meteorológicas, ambientales, bioquímicas, ecológicas… observadas por Lovelock, incansable e independiente químico, el ya maduro James empezó a plantearse que, muy probablemente, el planeta Tierra se comporta como un súper organismo que se autorregula. En su ensayo “Gaia: una nueva visión de la vida en la Tierra” (1979), desarrollaba la idea aportando múltiples datos para apoyar la afirmación de que la presencia de la vida en la Tierra fomenta las condiciones perfectas para el mantenimiento del conjunto de seres vivos. Según dicha hipótesis, la atmósfera y superficie terrestre se comportan como un sistema que se encarga de autorregular la temperatura, la química o la salinidad de los océanos para que la vida se sienta “a gusto”, tendiendo al equilibrio. Científicos de todo el mundo como la bióloga Lynn Margulis apoyaron esta idea y aportaron sus propias evidencias desde sus campos de estudio para sustentarla, como por ejemplo la gran habilidad de los microorganismos para transformar gases que contienen nitrógeno, azufre y carbono.

Alguna de las pruebas más contundentes hace referencia a que, en el caso del planeta Tierra, su atmósfera debería hallarse en equilibrio químico, componiéndose, después de miles de millones de años, mayoritariamente de CO2 (un 99 % de CO2) sin apenas oxígeno o nitrógeno, como en el caso de planetas próximos a nosotros. Sin embargo, lo curioso es que, según la hipótesis de Gaia, el hecho de que actualmente la atmósfera se componga de un 78 % de nitrógeno, un 21 % de oxígeno y solo un 0,03 % de dióxido de carbono se debe a que la propia actividad de los seres vivos del planeta mantiene las condiciones que la hacen habitable.

En resumidas cuentas, según Lovelock ha sido la propia vida la que ha ido modificando las características de la superficie terrestre y su atmósfera, y no al revés y, por lo tanto, las condiciones actuales son consecuencia y responsabilidad de la vida que habita nuestro pequeño gran planeta.

No hace excesiva falta incidir en las consecuencias que para el pensamiento humano y la conciencia ecológica global ha tenido y sigue teniendo esta hipótesis. Una reflexión rápida nos lleva a concluir por ejemplo que la Tierra, nuestra Gaia, está sufriendo una enfermedad, el Calentamiento Global, ocasionada por un virus que es el ser humano. Así como en otras ocasiones a lo largo de la historia geológica ha habido extinciones de especies que se comportaban como plagas y que ponían en riesgo a ciertos ecosistemas terrestres, nuestro planeta puede llegar a tener que prescindir de su especie más inteligente –qué paradoja- con tal de preservar las condiciones de habitabilidad para el resto de especies.

James E. Lovelock fue, durante sus últimas décadas de vida, laureado y reconocido por multitud de las más prestigiosas instituciones científicas de todo el mundo. Al mismo tiempo, nunca dejó de ser claro e independiente en sus afirmaciones, convirtiéndose, por puro pesimismo y falta de fe en la Humanidad, en un gran defensor de la energía nuclear con fines pacíficos: nunca creyó que fuéramos capaces de reducir por voluntad propia nuestro consumo energético y de recursos naturales; capaces de, como él decía, abandonar el tan manido “desarrollo sostenible” y sustituirlo por una más que necesaria “retirada sostenible”. Por eso abogaba por instalar cientos de reactores nucleares en todo el mundo para eliminar definitivamente las emisiones de gases de efecto invernadero.

Aunque sea por una vez, quitémosle la razón a los pesimistas y demostrémonos a nosotros mismos que sí somos capaces de luchar por el bien común de todas las especies de este planeta, y no solo de la que está haciendo que padezca una fiebre cada vez más difícil de controlar.

Si lo conseguimos, dediquemos nuestro triunfo a titanes de la ecología como Lovelock y Margulis, que con toda la ciencia a su alcance tanto se esforzaron en derrumbar los dogmas que parecían inamovibles.

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