Fuente: mundotrufa.com
La trufa negra de invierno o Tuber melanosporum Vitt. es un hongo que puede llegar a crecer hasta 50 centímetros bajo la superficie del suelo, hecho que, ya los druidas de las antiguas tierras celtas, estudiaban y contemplaban. La trufa aparecía dentro de un círculo mágico de tierra quemada entre las raíces de sus árboles sagrados y representaba un ingrediente imprescindible en sus pócimas.
La decadencia de su popularidad llegó con la Edad Media, ya que se llegaron a considerar una manifestación demoníaca, siendo relacionadas con el mal, la lujuría y el infierno por su color negro y su extraña forma.
En cuanto a los factores que influyen en su crecimiento, destacamos la climatología, la altitud, los suelos… Además, su condición de hongo simbionte hace que tenga unas necesidades ambientales específicas, ya que puede asociarse con una gran variedad de especies de árboles, siendo los más comunes la encina o carrasca y el roble.
Su recolección ocupa las estaciones de otoño e invierno. Asimismo, los territorios óptimos para su crecimiento son zonas expuestas a bajas temperaturas, por lo que su obtención resulta aún más complicada.
Tradicionalmente, los protagonistas para su recolección han sido los cerdos, más concretamente las hembras, ya que asociaban su olor a los machos y no precisaban de entrenamiento especial. Sin embargo, su estima por las trufas era tal que acababan comiéndose parte de la cosecha. Además, eran bastante difíciles de transportar. En la actualidad, los auténticos aliados para la labor de búsqueda son los perros y su buen sentido del olfato.
La trufa negra es la protagonista de nuestro panorama gastronómico desde noviembre a marzo: el producto por excelencia de las tierras del interior de la provincia de Castelló.
Fuente: https://altmaestrat.es/