La sorpresa fue tremenda. Pero empecemos desde el principio.
El primer fin de semana de agosto participamos por segundo año en la 6ª Feria de Deporte y Turismo de Montaña de la Sierra Engarcerán. Esta vez teníamos muchas cosas que hacer: intervinimos en una mesa redonda sobre el presente y el futuro del senderismo, guiamos la ruta nocturna del sábado (que por la lluvia no pudimos hacer), montamos una charla sobre los paisajes de la Sierra y las aves nocturnas que los sobrevuelan, y guiamos por dos veces nuestra fantástica Ruta de los Oficios. Todas las actividades salieron muy bien y se llenaron de gente, pero la Ruta de los Oficios tenía un valor añadido: aprendimos cómo (sobre)vivía la población de nuestras comarcas más agrestes con trabajos muy duros y en la mayoría de los casos ya extinguidos, pero a la vez homenajeábamos a nuestros antepasados que, sin estudios superiores pero con inmensa destreza, lógica aplastante y sabiduría transmitida durante generaciones, podían construir enormes norias hidráulicas de piedra, fabricar tejas con una precisión inigualable, idear complejos engranajes para moler el trigo, producir y conservar durante meses el hielo sin electricidad o viajar cientos de kilómetros en busca de verdes pastos en compañía de las estrellas.
Sabemos que muchas de nuestras celebraciones y festividades hunden sus raíces en la más ancestral historia, remontándose hasta ritos de las antiguas religiones politeístas de los íbero-romanos. Lo que no esperábamos encontrarnos era una ofrenda a un ídolo guanche (canario) de la fertilidad. ¡Como lo leéis! Y ahora lo vais a ver.
En la última parada de la Ruta de los Oficios, en una antigua tejería, una de las excursionistas que nos acompañaban señaló muy extrañada hacia una de las ventanas laterales de la masía. Lo que vimos cuando nos acercamos nos dejó alucinados. Una figura de terracota de unos 25 cm de alto y envuelta en una muda de serpiente nos miraba con unos ojos como platos. Le acompañaba un cuenco, también de terracota, lleno de lo que parecían espigas de cebada y unas hierbas muy aromáticas que no supimos identificar. Una piedra las mantenía protegidas frente al viento montañés. Evidentemente era una ofrenda, y aparentemente muy ligada a la fertilidad humana o de los cultivos.
Tras una pequeña investigación, y después de que la gente del pueblo no supiera (¡o no quisiera!) decirnos nada al respecto, hemos dado con una posible respuesta al misterio. Se ha de tratar de una versión moderna del Ídolo de Tara, una representación femenina de la fertilidad encontrada en un yacimiento arqueológico en la isla de Gran Canaria y correspondiente con los ancestrales cultos de los aborígenes canarios. En este fabuloso blog sobre mitología canaria tenéis su historia. Y aquí tenéis su foto en la vitrina del Museo Canario:
Fuente: Wikipedia.
Agosto es época de cosecha y este año ha llovido extremadamente poco. ¿Quizá algún habitante de la Sierra, desesperado por la falta de lluvias y el rigor climático, elevó sus plegarias a una antigua deidad aborigen? ¿Y qué pasa con la muda de serpiente -símbolo de la potencialidad de la tierra en muchas culturas- enrollada en el cuello de la figura? Nunca lo sabremos, pero lo cierto es que Castellón no puede dejar de sorprendernos a cada nuevo paso que damos.